Música

martes, 3 de febrero de 2009

Lágrimas de Diosa


"El viento descargaba toda su furia sobre el acantilado, las olas golpeaban con fuerza contra la costa que resistía los embates de la tormenta proveniente del mar Céltico. Él estaba de pie sobre el acantilado, desafiante como las rocas sobre las cuales se posaba. Una mano se extendía hacia el océano, como queriendo ponerle un alto a la catástrofe que se avecinaba, con la otra sostenía la espada dispuesto a atravesar el corazón de quien había amenazado su tierra y su hogar. La túnica oscura ondeaba alrededor de su figura con la misma furia del vendaval, sus ojos azules se habían oscurecido por el poder que emanaba de su interior.

El odio quemaba su cuerpo, abrasaba sus entrañas en un puño helado, pero no ensombreciendo su juicio ni nublando sus sentidos. Canalizaba todo el poder del que era capaz en un sentimiento: venganza. Venganza por los que habían sido suyos y no lo eran más y por los que no pudieron llegar a ser. Era su deber, como el último con poder en la larga línea de descendencia de su familia, ponerle un fin a todo. El rayo vino a él quien lo tomó, lo domó como a un animal salvaje y lo lanzó fuera de sí como una flecha roja de sangre que se perdió entre las nubes de tormenta.

Así lo veían ellos sin saber que pronto aquel recuerdo sería solo una imagen difusa de los últimos momentos de vida de su hermano mayor. Ocultos más allá, detrás de las rocas que los protegían del viento, una niña y un niño de idénticas facciones observaban al joven hombre enfrentarse a la tormenta usando el poder que le había sido concedido para un fin que sus jóvenes mentes aún no lograban comprender.

Cuando el rayo se perdió en la inmensidad del firmamento creyeron que todo había terminado, que su hermano volvería con ellos y podrían volver a casa, pero no fue así. Las fuerzas parecieron abandonarlo e irremediablemente su cuerpo se precipitó por el acantilado hacia las negras aguas del océano con su continuo golpear de sus olas contras las rocas.

Dos pares de brazos tomaron a cada niño de la cintura impidiéndoles abalanzarse en pos de su hermano mayor caído. Los adultos los tomaron en brazos y con lágrimas en los ojos y, con el corazón sangrante en un puño, dieron la espalda a la escena presenciada. Debatiéndose débilmente, ambos niños observaron sobre el hombro de sus padres por última vez el acantilado donde la silueta de una mujer de cabello rojo como el fuego se recortaba contra el horizonte. Su rostro de giró mostrando las lágrimas que corrían por sus mejillas desde sus ojos verde oscuro atormentados, los ojos de una diosa que lloraba por el guerrero perdido en la batalla. El viento seguía soplando haciendo que la falda de su vestido negro se abriera como un abanico a su alrededor y ondeando sus rizos de fuego. Tan rápido como había aparecido, la mujer se esfumó y voló lejos en la forma de un cuervo negro como la noche que no tardó en perderse en la oscuridad de la tormenta...."

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