Música

lunes, 21 de julio de 2008

Edén (primera parte)

Desperté con un rayo de Sol dándome directo en el rostro. Tan confundida y deshorientada como lo estaría alguien que hubiera visto un pingüino en el Polo Norte. Cuando fui consiente del aire que entraba en mis pulmones me desconcerté por completo, se sentía tan caliente y húmedo que casi podía saborearlo. Me llegaba el sónido de miles de insectos que reconocí como cigarras; el suelo debajo de mí ya no era la fina y suave arena de la costa occidente de mi país sino una capa uniforme de musgo tan suave y mullida como una alfombra de piel (no es que hubiera tocado muchas pieles en mi vida, estaba totalmente en contra de tal atrocidad, pero era la definición más exacta que podía darle).

Los párpados me pesaban como si llevara toda una noche en vela, pero de alguna forma conseguí moverlos permitiéndome ver el lugar donde me encontraba. No logré ver gran cosa excepto la copa del árbol bajo el cual me encontraba, los rayos de Sol se filtraban a través de los huecos de las hojas (uno de ellos era el que me daba directo en los ojos). Estaba demasiado aturdida para pensar así que me limité a tapar mi rostro con un brazo para evitar la luz que me cegaba por momentos. Sentía la piel pegajosa a causa del sudor y la humedad. Con un esfuerzo titánico (así me lo pareció) logré girar mi cuerpo hasta quedar sobre mis costado izquierdo, alejándome de paso de la luz, dándole tiempo a mi cerebro de recuperar el control sobre mi cuerpo. Abrí los ojos nuevamente con pesadez y encontré un hocico a cinco centímetros de mis ojos.

Parpadeé un par de veces, todavía demasiado confundida para relacionarlo con algún ser vivo conocido. Lograba apreciar una cabeza pequeña y alargada, un par de pequeños ojillos negros que parecían mirarme con curiosidad y un pequeño orificio por el cual salía una lengua rosa delgadísima, todo el conjunto en tonos de amarillo. A mi mente llegó la imagen de una mujer con una enorme serpiente amarilla rodeándole el cuerpo y cobrando cincuenta pesos por una foto con el animalillo ese. Y fue en ese momento que mi cuerpo se recuperó por entero porque en menos de 3 segundos me encontraba sentada con la espalda apoyada en el tronco del árbol (cabe mencionar que casi me quedó sin aliento ya que prácticamente me golpeé con éste) y mirando a la serpiente como si fuera a enroscárseme en cualquier momento hasta hacer crugir todos mis huesos. Creo que medio grité en algún momento de la conmoción.

El susodicho bicho ni se inmutó. Permaneció ahí parado, bueno, recostado sobre su largo ser en el suelo observándome como si yo fuera su más reciente descubrimiento de la naturaleza. ¿Que cómo lo supe? No tengo idea.

Pasados otros segundos en los que mi corazón logró estabilizarse a su ritmo normal me dí cuenta de un detalle pequeñísimo: la serpiente era tan solo un bebé. No medía ni un metro y yo sé de buena fuente que esas cosas llegan a varios metros de largo y otro tanto de ancho, además de que me parecía la cosa más adorable que había visto en mi vida (si se preguntan si estoy loca por considerar una serpiente así dígamos que sí lo estoy, un poco).

Me acerqué y le extendí la mano. La serpiente se acercó con toda confianza y se restregó su pequeña cabeza contra mis dedos como lo haría un gato. Su piel era lisa y sumamente suave. Idiota el que dijo que las serpientes se sentían desagradables y viscosas como los anfibios (y también el que lo crea). ¿Qué les puedo decir? Soy una fanática de los animales, pero no tengo ni una pizca de veterinaria en mi cuerpo. El animalillo trepó por mi brazo, se enrolló cómodamente en él y ahí se quedó recostando su cabecita en mi hombro mirándome con cara de cachorro abandonado, de esa forma que te desarma y dice: "quiéreme", "adóptame", "llévame contigo", etc. Y yo, de lista, no me pude resistir.

Solucionado el problema del bicho ése solo quédaba una incógnita por resolver: ¿En dónde demonios me encontraba? Y me contestó esa vocecita aguda y desesperante que siempre le habla a uno cuando no tiene a nadie más con quien hablar (además de con una culebra enrollada en el brazo).

"En una selva, tonta."

-Si, ya sé que es una condenada selva, pero ¿cómo llegué aquí? - Medio dije, medio grité. Es solo uno de mis pésimos hábitos, hablar sola.

Otro de ellos es salir en mitad de la noche del hotel nomás porque sí y hacerle caso a una voz que me habla desde los cielos diciendo que tengo una misión que cumplir en su nombre y evitar caer en el mismo error que en el principio del tiempo para evitar el regreso de Lu-como-sea-que-haya-dicho. Cualquier otra persona con un par de neuronas funcionándole estaría al borde de la desesperación al verse "transportada mágicamente" de una playa a media noche para aparecer en mitad de una selva tropical (que si sabré yo de climas) a medio día, pero recordemos que yo estoy un poco loca.

En fin ¿que se le iba hacer? Solo me quedaba o quedarme ahí sentada esperando a alguna otra persona que "apareciera mágicamente" y me ayudara en algo (¡lo que sea! Creo que ya me estoy desesperando) o internarme en la selva con la posibilidad de perderme en la espesura. Cualquiera de las dos opciones daba lo mismo, estaba a merced de cualquier animal salvaje que me encontrara y me conviertiera en su desayuno, o comida, dependiendo de la hora que fuera. Así que me quedé, si iba estar ahí un buen tiempo mejor ahorrar energías para escapar cuando el momento lo requiriera.

Me pasé un buen rato tratando de buscar en mis deficientes campos de memoria un nombre para mi nueva amiga o al menos inventarme uno, pero para eso sí que me falta imaginación. Soy pésima para los nombres, más de una vez he dejado una historia medio empezada porque no se me ocurre ningún nombre medianamente decente para los personajes. Al final me decidí por Inés, nuestra antigüa maestra de Historia y no-sé-qué-más del Arte, que dicho sea de paso sólo se quedó ese semestre y después renunció argumentando que no estaba de acuerdo con algunas políticas de la escuela (recuerdo que en las primeras semanas de clase no asistió a varias sesiones o llegó tarde), tiempo después nos enteramos de que se la habían cachado con una dosis de más de ciertas sustancias ilegales y en posesión de otro tanto en su casa. Ignoro cual fue su destino final hasta este día.

Recuerdo la última vez que la vimos, yo estaba haciendo no se qué cosa en el campus, era en la tarde y la "señorita" apareció de lo más cambiada. Se había cortado el pelo a lo mínimo indispensable, con las pequeñas puntas apuntando hacia arriba (se lo habrá bañado con gel para el cabello), lo tenía teñido de rojo carmín y no llevaba sus habituales lentes de sol que la hacían ver como una gran mosca gorda y morena; no hace falta hacer énfasis en su ropa, iba normal, falda y blusa. No capté hasta mucho tiempo después la venas rojas que se apreciaban en sus ojos. La querida maestra oriunda de Puerto Rico andaba drogada y todo mundo ni en cuenta. Total, la mujer anduvo por ahí, saludó, saludamos, nos llevó al salón de música (que lo estaban usando y el maestro en turno se le quedó viendo con cara "¿ésta qué?"), se quitó los zapatos y se pasó un rato imitanto a Jimmy Hendrix, o algo así se llamaba el tipo, y se volvió a ir. Como nota personal debo añadir que nunca le he hallado sentido a esos vicios, hay que estar tonto (por respeto a quien este leyendo no utilizo una palabra más fuerte) para andar en algo así.

Sumida en mis cavilaciones sobre maestras raras de arte y demás no escuché el sonido de una rama al romperse ni le hice caso a mi sexto sentido que me avisaba de alguien detrás de mí ni sentí el apretón que Inés me dio en el brazo para hacerme reaccionar hasta que fue muy tarde. Una mano se posó sobre mi boca y mi nariz a la vez que aspiraba un aroma dulzón y embriagante que me fue sumiendo en la oscuridad con tremenda lentitud. Lo último que sentí fue un brazo rodeando mi cintura y una fuerza que me levantaba como si yo fuera tan sólo una muñeca de trapo. El mundo desapareció para mí.

No hay comentarios: